Pensar en el sufrimiento de Jesucristo cuando tú sufres, ¿te consuela o te hunde aún más? Durante mucho tiempo en mi recuperación, a mí me pasaba lo segundo. Veía a todas las personas cristianas en recuperación diciendo lo mucho que les ayudaba contemplar a Jesús sufriendo y en la cruz para sentirse reconfortadas y seguir adelante con Él. Pero yo no lo entendía. Para mí era un detonante, como que no podía desahogarme sobre mi sufrimiento porque, si Él ha pasado por tanto, ¿cómo yo no voy a merecerlo? Y me sentía egoísta por querer que pasara este tormento, en lugar de desearlo para ser como Jesús.
El camino hasta entender la Pasión
Cuando estaba metida en mi trastorno alimenticio, pensar en la Pasión no me alteraba, era simplemente la confirmación de que estaba haciendo lo que tenía que hacer: sacrificio y mortificación. Por tanto, en la recuperación, era justo al contrario: me sentía culpable por haber abandonado ese camino, abandonado a Jesús. Incluso cuando me daba cuenta de que la recuperación me suponía mucho más sufrimiento que ninguna de las cosas que hacía en la anorexia, no mejoraba, porque entonces imaginaba que debía estar toda la vida con tan altísimo grado de dolor que me derrumbaba para satisfacer a Dios.
Creo sinceramente que si tu caso es similar lo mejor es no forzar las cosas y esperar para meditar sobre esos temas. No te sientas culpable o peor cristiano por ignorar algo tan central como la Pasión. Si es una puerta de entrada al diablo en tu mente, Jesús entenderá que la cierres. Con el tiempo, estarás más fuerte, tendrás más claridad, y podrás penetrar en este misterio que, visto con los ojos correctos, es bello. Es amor. Es esperanza. Es misericordia.
Eso es lo que he podido ver en los últimos Ejercicios Espirituales a los que he ido, a diferencia de los del año pasado, cuando claramente no estaba todavía preparada. Y quiero compartirlo contigo para que entiendas el verdadero significado de la Pasión y entonces puedas recurrir sin miedo a Cristo sufriente para avanzar en el camino de la recuperación. Espero que te ayude. Si te resulta detonante, no te preocupes y déjalo.
Dolor y alegría
Meditar sobre la Pasión de Cristo solía llevarme a restringir masivamente. Incluso ahora, no puedo evitar tener en la recámara de la mente el pensamiento de que, ya que no puedo hacer eso, debería al menos pasarme todo el rato sufriendo, debería dolerme la alegría. Pero no. Para empezar, Jesús fue feliz en Su vida. Recuerda que solo 5 de los 20 misterios del Rosarios son dolorosos.
Además, más bien tengo que alabar Su misericordia y amor infinito, sabiendo que no solo ha hecho tan inmenso sacrificio por mí, sino que ni siquiera me lo pide de vuelta. Tampoco dice: “vale, sé que no vas a llegar a tanto, pero acércate todo lo que puedas”. No. Lo hecho, hecho está, y Él me ama y no quiere que pase por lo mismo. Tú tampoco querrías que la persona a la que más amas pasara por los mismos sufrimientos que tú.
Dolor por el pecado
Lo que sí quiere que me duela es el pecado, por lo menos tanto como me duele contemplar la Pasión a través de imágenes, textos o películas. Porque eso es justamente lo que pasa cuando pecamos. Quiere que mire Su Pasión y reconozca, ¡eso es mío! Y, ante ese reconocimiento, Él me reconoce y me dice: “Y tú eres mía”, como explica Fr. Mike Schmitz en un precioso y desgarrador podcast titulado Sign Your Name. Es decir, cuando pones tu nombre a lo que hiciste, a la herida que infligiste a Jesús, Él también te reclama por tu nombre, la salvación se vuelve personal.
Y ahí está mi anorexia, con todos los pecados contra mi cuerpo pero también todas las mentiras y todo el sufrimiento causado a mis seres queridos, especialmente a mi madre. Pero no solamente eso. Ahí están mis silencios culpables, mis respetos humanos. Mis arranques de ira. Mis juicios despreciativos sobre los demás. Mis desconfianzas y las cosas horribles que he pensado del propio Dios, mi corazón de piedra. Ahí están también mis caídas en la recuperación, el seguir, cuando ya sabía que era un error, haciendo cosas que eran malas para mi cuerpo por miedo, el tontear con los pensamientos que sabía que venían del mal.
Todo eso es mío. Lo firmo. Todo eso hirió a Cristo en Su Pasión. Pero yo soy Suya y Él ha resucitado. Todo está cancelado. Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia, sobreabundó el amor. El Señor es más grande que nuestros pecados. Te lo dirijo ahora directamente a ti, aunque en realidad todo lo que digo va para ti: eres Suyo.
Jesús sufre contigo
Jesús no ha sufrido para que, cuando tú le cuentes tus sufrimientos, te diga, “¿En serio? Eso es una tontería, ¿cómo te atreves a decírmelo a Mí? ¡Yo sí que sé lo que es sufrir de verdad!”. No desprecia tu sufrimiento. Todo lo contrario. Es capaz de traer toda aquella parte de Su sufrimiento que fue específicamente por el tuyo.
Digo sufrimiento en general, sí, y no solo pecado. Porque Él sufrió por tu sufrimiento, ya que todo sufrimiento es consecuencia del pecado. Bien del pecado original (desastres naturales, enfermedades, muerte de seres queridos…), del pecado de otros que te hieren, o de tu propio pecado que te hace daño. Y Él cargó con todos esos tipos de pecado. Y los puede aislar cuando tú acudes a Él con tu sufrimiento, para estar contigo compadeciéndote, que en su etimología significa literalmente sufrir contigo, sufrir juntos.
Compartir los sentimientos del Corazón de Cristo
Cuando damos sinceramente nuestras condolencias a alguien a quien amamos, pediríamos experimentar su dolor para compartirlo con él. No queremos el suceso trágico en sí, concreto, que nos pase lo mismo que le ha sucedido a él, claro que no. Pero sí querríamos el efecto, el sufrimiento, el dolor, el duelo, el llanto, para hacernos uno con él y acompañarle. Lo mismo con Jesucristo. No decimos que queramos pasar por Su Pasión, ser flagelados y crucificados, pero sí queremos ser capaces de experimentar Su desolación y amargura para acompañarle con más profundidad de amor.
Simplemente pídele a Jesús que te permita compartir con Él Su dolor, por amor. No tienes que ser como Pedro, sacando la espada, ahí a hacer cosas por tu cuenta creyendo que son para el Señor cuando Él no te ha pedido eso. Sé más bien como Juan, quedándote recostado en Su Corazón, así serás realmente un alma reparadora.
Al diablo le dan mucha rabia este tipo de detalles de amor a Jesús. Por eso retuerce los nuestros y los intenta utilizar para llevarnos a su terreno, enmarañándolos para encauzarlos por el camino descendente del mal, para hacerte entrar en el círculo vicioso de la autolesión en sus múltiples formas.
Amor
Jesús muere por ti porque te ama, y quiere rescatarte para poder estar contigo por toda la eternidad. Responde al amor con amor. Ama lo que Él ama, que es lo que Él ha creado en ti y para ti. No con odio, destruyéndolo. El desprecio a uno mismo se refiere a aquello que es exclusivamente nuestro, donde no ha intervenido Él, que es el pecado.
Así pues, en medio de tu angustia y sufrimiento, llama a las puertas del Corazón de Jesús con toda confianza y pídele recostarte en Él. No te va a echar nada en cara. No te va a mandar a sufrir para castigarte. La Pasión se transforma en com-pasión. Déjate amar y consolar.
Gracias por haberme dejado caminar a tu lado. Eres muy valiente y me enseñas a ser mejor persona.
Gracias a ti por apoyarme y animarme siempre. Te quiero.
Si. Si quieres seguirme coge tu cruz y sígueme. No una cruz cualquiera, no. La tuya. ************* esa.
Exacto, no en la que nos empeñemos… Gracias!